En pocos días, Elonk Musk ha pasado de ser la estrella más visible del aparato gubernamental de Donald Trump a ser eyectado de la Casa Blanca como una pieza inservible luego del despegue. El dramático cambio del statu quo del hombre más rico de Estados Unidos ha tenido una génesis, que da cuenta de que quiso conquistar el cielo y terminó echado en el suelo.
Testimonios off the record recogidos por los medios de comunicación estadounidenses dan cuenta de que fue el nombramiento del mandamás de la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, por sus siglas en español) lo que habría acelerado el rompimiento de la alianza entre Trump y Musk.
El último 30 de mayo, minutos antes de que Trump, acompañado de Musk, anunciara desde el Despacho Oval en un mensaje televisivo su despido, el presidente habría recibido un expediente que indicaba que Jared Isaacman, un empresario multimillonario propuesto por Musk para convertirse en el próximo administrador de la NASA, había hecho donativos a los demócratas en la última campaña política, aparentemente en favor del senador Mark Kelly, representante por Arizona y exastronauta.
Desconfiado hasta de su sombra, Trump habría concluido que ese es el tipo de personas que terminan petardeando la gestión desde adentro.
El jefe de la NASA era, quizá, el puesto público que más le importaba tomar a Musk por su relevancia clave para SpaceX, su empresa de cohetes espaciales. Sin que Musk pueda potenciar su negocio comercial y con Trump sospechando de su entorno, no había otra salida: abandonar la misión sideral; era el momento de separar a los dos astros.
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